El Alto, 12 may.- Credibilidad, es la prerrogativa que siempre, pero siempre, debe caracterizar al ejercicio del periodismo. Su resquebrajamiento o fragilidad, significará inevitablemente, una encrucijada o talvez, su sentencia sepulcral.
La credibilidad, junto a sus subsidiarias: confianza, fe y convicción, se constituyen, contundentemente en los sustentos plenos y concluyentes de un periodismo, al que la audiencia las adjudica como depositarios y con autoridad, de las expectativas de ella, e inclusive, de los destinos de la población.

Un poco pasado el medio siglo de la centuria anterior, la academia recién empezó a discurrir en la función y formación periodística, sin embargo, su inexistencia e incluso, su omisión no fue óbice, para ejercerlo con entereza y obstinación, en el recorrido azaroso de la historia del país.
Los trabajadores de la prensa en ese lapso, fueron entrenados y aleccionados ineludiblemente, por la experiencia y las calles, consideradas sus guías y mentoras, y la mayoría de ellos, se guarecían también en otras diligencias: abogacía, literatura, política, diplomacia, poesía, gestión cultural, etc., antecedentes, que patrocinaban el sobrellevar la función periodística, con sensata discreción, inteligente prudencia y fundamentalmente, apegada a las proximidades de la verdad. Es decir, se tendía a garantizar, la tan ansiada credibilidad, anclada a una juiciosa propiedad en los contenidos.
Pese a que la Ley de Imprenta, vigente desde hace 100 años, norma que contempla, entre otros, el funcionamiento de un Tribunal de Imprenta, para cuestionar o sancionar el trabajo de los periodistas; ésta casi nunca o nunca funcionó, porque su constitución era virtualmente innecesaria; en la actualidad, las exigencias para su vigencia, proceden desde varios lados e insistentemente.
Ello, hace suponer que, en el pasado, las tareas periodísticas, en especial en las relaciones con el poder, se las desarrollaban arrimados a los principios y preceptos morales, a la coexistencia pacífica y una tolerancia racional, entre las partes. Obviamente, no todo era así; existían situaciones, que llegaban a extremos, según la virulencia de las circunstancias, como los duelos y hasta los fusilamientos; pero, eran hechos definitivamente, excepcionales. En su generalidad, las distancias entre el poder y el periodismo, eran serenas y discretas.
A la fecha, no obstante, los amparos académicos de los que gozan los periodistas, las tentaciones político partidarios, o las recurrentes inclinaciones subjetivas, generan sospechas de no ajuste a la fidelidad de los hechos; a ellas, se suma otro colateral: el permanente acecho de la autocensura. Al final, el producto de todo este “proceso contaminado”, obviamente, no garantizan una fiel interpretación o narración de los hechos.
En los medios impresos, el género de opinión, es el “talón de Aquiles”, en ese sector asignado al editorial y a la opinión, los firmantes de las notas, generalmente son intelectuales de valía, y no necesariamente, proceden del periodismo; en los medios televisivos y radiales, ese género roza con la imperceptibilidad.
En este contexto, y en la actualidad, la credibilidad de los periodistas, no goza de buena salud. Un tratamiento intensivo y especializado, podría superar esa debilidad, o por lo menos mostrar mejoría, y una vez repuesto, la audiencia se enorgullecería de recibir información, con alto grado de credibilidad, y soliviantando talvez, a la devoción. Y ahí debía apuntarse y con puntería, para evitar pifias y ligerezas
Es decir, ejercer el periodismo, en sus diferentes géneros, con credibilidad, con voz autorizada y con plena autoridad
Un periodista creíble es una persona poseedora de una vasta información, virtud que genera una ecuanimidad en su redacción o procesamiento de la información, serenidad en su interpretación, precisión en su descripción, pasión en su orientación, obsesión de justicia y otros valores; que en conjunto ineludiblemente, certificarán un producto ideal y supremo.
Las actuales circunstancias, y más aún, las que se avecinan, la práctica del periodismo tenderá al auspicio de sojuzgamientos, adversidades y un contexto de alta complejidad.
Complejidad, expresada en la coexistencia con espacios en las redes sociales, las imposiciones de la publicidad pública/privada, la agudización y deterioro de las condiciones económicas del periodista y otras afiladas amenazas; pero, ninguna de ellas, pese al desarrollo de la tecnología y el desenlace de las pluralidades del poder y de la sociedad misma, no podrán lesionar la credibilidad de un buen periodismo y de un buen periodista. Esa fue, es y será siempre la diferencia.
Por: Johnny Fernández Rojas