Es la madruga del 18 de abril de 1828 y la Capital de la República amanece con una novedad: Un grupo de soldados rompe el orden constitucional y llama a la rebelión a la guarnición de Chuquisaca.
“Los enemigos del orden mandados desde el otro lado del Desaguadero sedujeron a la rebelión a los 80 hombres que había en la guarnición de Chuquisaca y provocaron desde el día 18 hasta el 22 de abril gran tumulto en la ciudad”, señala la crónica del Cóndor de Bolivia, que publicó la noticia con patriotismo y vibrante emoción.
Tras la marcha de algunas tropas auxiliares de Colombia a su patria, la villa se encontraba desprotegida, describe el Cóndor de Bolivia en la información que hizo sentir dolor y angustia a los bolivianos de aquel tiempo.
Los amotinados —indica— tomaron el Cuartel General y a la tropa que dormía en él.
A los cabecillas del motín, peruanos y argentinos, se les unieron, dinero de por medio, cabos, sargentos y aventureros.
Controlado el Cuartel, los rebeldes se pronunciaron contra el Gobierno y planearon dirigirse a la Casa Presidencial para sorprender al general Antonio José de Sucre.
El Presidente Sucre, sin embargo, informado de los acontecimientos montó en su caballo de batalla Bruto y con el respaldo de una escolta que no superaba los doce hombres marchó para enfrentar a los sublevados.
Al presentarse Sucre ante la soldadesca amotinada, ésta se hallaba formada en una línea de batalla fuera del Cuartel.
El Presidente, vestido con el uniforme popular de la Guardia Nacional, habló a corta distancia, pero instigada la tropa disparó algunos tiros contra el Gran Mariscal.
Observando esto, el vencedor de Ayacucho desenvainó la espada, hundió las espuelas en el vientre de Bruto y se lanzó con la comitiva que le acompañaba atropellando a los sublevados, quienes de la calle corrieron a encerrarse en el Cuartel.
“Viva Gamarra” gritaron los sublevados que con una descarga cerrada contra el vencedor de Ayacucho evitaron sin éxito que penetre en el Cuartel. Hubo disparos por todas partes y el ambiente se tornó denso e irrespirable.
Más, el general Sucre al atacar con su espada en alto a un sargento chileno, recibió de éste un disparo que le hirió en el brazo derecho.
Otras descargas perforaron el sombrero de pluma tricolor del Presidente y una de ellas le hirió levemente en la cabeza, que bañó con sangre su rostro. Todas las balas, en medio del humo, apuntaban a la cabeza del Presidente de la República.
El general Sucre, herido, tuvo que retirarse a Palacio y esto animó a los sublevados a unir para su causa a otras personas y retomar su ofensiva.
En la Casa de Gobierno, Su Excelencia fue atendido por el doctor Miguel Luna y el clero no se
apartó del lecho de enfermo para evitar cualquier atentado de los revoltosos.
“Ah, lo que no me había sucedido en la toda la guerra de la independencia”, exclamó,
profundamente amargado el gran general por la herida que le rompió el brazo.
Las balas y el combate en el Cuartel volcaron a los vecinos y elegantes damas a las calles.
Una de ellas, la esposa del doctor Casimiro Olañeta, María Santiesteban, con aires de protesta contra los sublevados, se presentó a las ocho de la mañana en Palacio y pidió audiencia para su marido, quien ofrecía mediar en la emergencia.
Su Excelencia consintió la entrevista con Olañeta, agradecido con la distinguida dama por su manifestación de solidaridad, pero rechazó los servicios ofrecidos por su esposo después de la desleal conducta que había demostrado y cuya conciencia tiempo atrás lo alejó de Palacio.
Olañeta se presentó a las once de la mañana a la entrevista y reiteró el ofrecimiento de mediador al Presidente.
La respuesta de Sucre fue clara: “Sus servicios podrán ser útiles a su patria, si la consecuencia y lealtad viven todavía en el ánimo de usted. En cuanto a mi persona, lo agradezco sin aceptarlo. Emplee usted su influjo sobre la tropa y evite que salga del Cuartel y haga sufrir al pueblo”.
En día 19 de abril de 1828 se escuchó en la ciudad el tañer del campanario. No era, sin embargo, el sonido para llamar a la calma sino el instrumento de los sublevados para reunir a los ciudadanos en la plaza.
Durante la reunión, los amotinados dijeron a los habitantes de la Capital de la República que querían que se nombrase un Consejo de Gobierno y que se desconociese la autoridad del Gobierno constituido.
El magistrado Casimiro Olañeta en un largo discurso dijo que eran necesarias muchas reformas y que, por tanto, había que desobedecer al Gobierno y tomar a su jefe, el general Sucre.
Seguro que el Presidente se hallaba reducido a la impotencia, como él mismo lo constató, Olañeta arengó al pueblo a acompañar la sublevación porque era, según dijo, el grito del pueblo y del Ejército contra la Constitución Vitalicia redactada por Simón Bolívar, contra el agente extranjero y contra el Gobierno hereje perseguidor de los frailes.
Un tumulto fue seducido por aquellas expresiones y se dirigió con la soldadesca a la Casa de Gobierno, donde solo se hallaban Su Excelencia, dos de sus ayudantes y el Ministro del Interior, el español Facundo Infante.
Invitado a ser preso al Cuartel, el Gran Mariscal de Ayacucho contestó con una grandeza de espíritu que la innoble decisión le hacía tanto honor, como las batallas que había ganado.
Una tropa de bandidos acaudillaba por un argentino tomó el Palacio y condujo también al Cuartel al Ministro Infante y a los dos ayudantes del Presidente que por no abandonar a Su Excelencia aguardaron tranquilos a ser presos, a pesar de que pudieron escapar, pues horas antes supieron la suerte que correrían.
Durante la noche el Palacio fue entregado al saqueo.
El 22 de abril se produjeron intensos combates por toda la villa. Las tropas leales destruyeron la caballería de las facciones amotinadas y los revoltosos escaparon en retirada fuera de la ciudad.
Entre los defensores del orden fue muerto el benemérito general José Miguel Lanza.
Herido el Presidente, delegóéste el mando definitivo del Estado al general José María Pérez de Urdininea. Sucre no retomó el mando de la nación ni para renunciar ante el Congreso Constituyente y así se consumó el primer golpe de Estado de la historia.
En el complejo proceso de consolidación de la República gravitaron factores externos e internos de gran trascendencia que repercutieron a largo plazo en la conformación de la sociedad y el territorio.
La consolidación como Estado independiente significó para Bolivia una larga y penosa etapa de conflictos con los países vecinos y confrontaciones internas.
Al Mariscal Antonio José Sucre le tocó un papel destacado en la fase de la edificación institucional y en los cambios socio económico. La paz fue para él tan difícil como la guerra.
Si una persona de menos talento e integridad – opinan reconocidos historiadores – hubiera recibido la misión que le dio Simón Bolívar a Sucre, quizá la República no hubiera sobrevivido al caos del periodo formativo por el que pasaron todas las naciones de habla hispana de América en la primera mitad del siglo XIX.
Pero la República sobrevivió, aunque en medio de inmensas dificultades.
// Mauricio Carrasco/ABI