La Paz, 16 de julio.- A la medianoche del 24 de diciembre de 1827, unos 800 soldados de tres cuerpos de guerra colombianos —el poderoso batallón Voltijeros, que combatió en Pichincha, Junín y Ayacucho, algunos del Bogotá y muy pocos del Granaderos— se sublevaron en la ciudad de La Paz. Al amanecer del 25 un oficial de apellido Barreiro pudo evadirse de la conspiración huyendo por desusadas sendas y dirigiéndose a la capital de la República con increíble celeridad dio parte a las 11.00 de la mañana del día 26 al presidente Antonio José de Sucre, cuyo Gobierno recibió consternado tan desagradable suceso.
La experimentada tropa del Voltijeros tomó preso en una hora al prefecto Gregorio Fernández, a los generales José María Pérez de Urdininea y Miguel Ángel Figueredo, al coronel Otto Felipe Braun y a todos los jefes y oficiales para exigir el pago de sus haberes atrasados. Un sargento de apellido Grados capitaneó a la soldadesca amotinada nombrándose general y encerró a las autoridades primero en el convento de La Merced y luego en la Casa de Gobierno.
En este último recinto los generales Urdininea y Figueredo concertaron un plan con los centinelas y un capitán llamado Juan Valero para huir, concentrar las tropas leales del Batallón Bolivia Nº 2 estacionado en Viacha y el Escuadrón Húsares de Achocalla y destruir a la facción rebelde que amenazaba con envolver a la ciudad en considerables males, porque rotos los lazos de la disciplina no era de esperar sino la anarquía más horrorosa.
Valero consiguió que los oficiales fueran puestos en libertad. Urdininea, con una celeridad admirable, marchó a ponerse a la cabeza del Batallón Nº 2 y el Húsares e instaló ambos cuerpos bajo su mando en los altos de La Paz para cargar contra los amotinados. La tropa rebelde, amenazada por los cuerpos leales, exigió antes de huir, al Prefecto de La Paz, Gregorio Fernández, 50.000 pesos, pero éste sólo entregó 20.000 de una colecta pública. Fue tan activa la persecución contra los Voltijeros sublevados que fueron obligados éstos a una retirada en formación a vivo fuego. Mandados por un simple soldado, el poderoso batallón colombiano realizó maniobras asombrosas y por más de tres leguas se retiró resistiendo los ataques que les daban.
“El triunfo de las tropas leales consiste en 300 prisioneros, incluidos 99 heridos, y 83 que han quedado en el campo de batalla mordiendo la tierra. De la muestra el ayudante Pacheco de Bolivia ha sido muerto, también el subalterno Montes y 50 soldados. Un teniente está mal herido y el bravo coronel Otto Felipe Braun contuso”, informa el parte de guerra de la época. El sargento Grados, tan malvado como cobarde, se fugó en un buen caballo que robó, luego de que los amotinados precipitaran su salida de la ciudad.
La población paceña permaneció leal y unida a la Patria durante el amotinamiento. Cada ciudadano se armó y se preparó para sostener el orden y las leyes y evitar las tropelías de una soldadesca sin jefes ni oficiales que amenazaba a sus familias y que, franca y libremente, echaba sus tragos. Como el objetivo de los amotinados fue la reclamación de sus ajustes, exigieron sus caudillos al prefecto Fernández cantidades exorbitantes. Las cajas habían sido saqueadas en la noche de la sublevación y en el conflicto de no tener fondos de que hacer uso para templar a los amotinados, Fernández reunió de los ciudadanos paceños 20.000 pesos, que hizo entregar a los jefes rebeldes con la condición de que desalojasen la ciudad. A las cuatro de la tarde del 25 de enero se verificó la retirada de los amotinados, los mismos ciudadanos en considerable número vigilaron constantemente por la seguridad pública.
El presidente Sucre llegó la noche del 5 de enero de 1828 a La Paz y, en una proclama inmediata a los ciudadanos paceños, les dijo que al saber que su seguridad y reposo estaban en riesgo, vino a ponerse entre ellos. A su llegada se vieron todas las calles iluminadas y los habitantes, llenos de confianza y de consuelo con la presencia del fundador de Bolivia, salieron jubilosos a recibirlo.
“Mi dolor por vuestros peligros es sólo comparable al júbilo que hoy siente mi corazón, porque vuestra conducta del 25 de diciembre os ha dado nuevos títulos de aprecio de la República”. El general José Antonio de Sucre le recordó al pueblo paceño que rechazando las instigaciones de una soldadesca tumultuosa, no solo demostró su firme adhesión a las instituciones nacionales, sino que, armados espontáneamente para contener a los amotinados y defender a las autoridades constituidas, justificaron que son dignos de la libertad.
Bolivia os debe este noble ejemplo de patriotismo, tan glorioso para La Paz como el grito generoso con que convidasteis a la América a la independencia el 16 de julio de 1809, dijo Sucre en la proclama pública. “Os habéis batido, en unidad, con los veteranos vencedores de los que vencieron por 14 años del Ecuador al sur del continente”. Sucre decía que jamás en el corazón de la enemistad penetra un rayo del amor patrio. Quizá algo de aquella lapidaria frase ronda a algunas autoridades paceñas de la Alcaldía y la Gobernación que, con motivo de los festejos de un aniversario más de la Revolución del 16 de Julio de 1809, intentaron, por intereses mezquinos, fisurar la proverbial unión paceña.
“Bolivia os debe este noble ejemplo de patriotismo, tan glorioso para La Paz”. (Mariscal Sucre)
Mauricio Carrasco (periodista)